El hombre cuanto m�s conoce la realidad y el mundo y m�s se conoce a s� mismo en su unicidad, le resulta m�s urgente el interrogante sobre el sentido de las cosas y sobre su propia existencia, dijo Juan Pablo II, en su documento Fides et Ratio.
La fe y la raz�n son como las dos alas con las cuales el esp�ritu humano se eleva hacia la contemplaci�n de la verdad. Dios ha puesto en el coraz�n del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a �l para que, conoci�ndolo y am�ndolo, pueda alcanzar tambi�n la plena verdad sobre s� mismo.
Tal cual estaba escrito en el Templo de Delfos, con 147 preceptos o m�ximas, entre otros �Con�cete a ti mismo y Nada en exceso�. Los preceptos de Delfos constituyen el valioso legado de conocimiento que los Sabios de la antigua Grecia dejaron a las generaciones futuras.
Los antiguos sacerdotes griegos no daban�consejos ni o�an las confesiones de los fieles; su labor consist�a principalmente en la�realizaci�n de sacrificios y otros ritos. La educaci�n moral de los j�venes era llevada a cabo primero por los�paidagogoi�y los paidotribes��y continuaba m�s tarde con los or�culos, que, adem�s de manifestar el porvenir y la�voluntad de los dioses, establec�an un�orden moral y asesoraban en los�problemas de la vida cotidiana por los que se les consultaba.
De todos los or�culos, el m�s famoso en�el mundo antiguo fue el�Or�culo de Delfos. En el pronaos del templo de Apolo en Delfos�estaban recogidos los principales preceptos morales por los que se deb�an regir los griegos, bien en los muros, el dintel e incluso en algunas columnas�de alrededor del templo.
Los 147 Preceptos D�lficos o M�ximas Pitias eran frases sencillas atribuidas a�los Siete Sabios de la antig�edad: Tales de Mileto, P�taco de Mitilene, Sol�n de Atenas, B�as de Priene, Cle�bulo de Lindos, Periandro de Corinto y Quil�n de Esparta.
Estas mismas preguntas las encontramos en los escritos sagrados de Israel, pero aparecen tambi�n en los Veda y en los Avesta; las encontramos en los escritos de Confucio e Lao-Tze y en la predicaci�n de los Tirthankara y de Buda; asimismo se encuentran en los poemas de Homero y en las tragedias de Eur�pides y S�focles, as� como en los tratados filos�ficos de Plat�n y Arist�teles.
POR GILDA MONTA�O