Antonio Espinoza
Érase una vez un guerrillero argentino, de filiación trotskista, que luego de su militancia política en su país natal, Bolivia y Guatemala, llegó a México en 1966, para ser detenido días después y recluido en la cárcel de Lecumberri. Encarcelado en abril de 1966, junto con dos de sus camaradas, todos militantes de la IV Internacional, fue absuelto por la Suprema Corte de Justicia y “liberado” en 1972: de la cárcel fue llevado directamente al aeropuerto para que abordara un avión que lo llevó a Europa. En el curso de cinco años de reclusión, de 1966 a 1970, el preso político escribió un libro: La revolución interrumpida, que fue publicado en 1971, hace medio siglo. Volvió a México en 1976 y se convirtió en profesor de la UNAM. Fue militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores, participó en la creación del Movimiento al Socialismo, obtuvo la nacionalidad mexicana en 1982, colaboró en los diarios Unomásuno y La Jornada, así como en la revista Nexos, y publicó varios libros más. Nombre del personaje: Adolfo Atilio Malvagni Gilly, más conocido por su primer nombre y su segundo apellido.
A cincuenta años de la publicación de La revolución interrumpida (México, Ediciones El Caballito, 1971), quiero hacer una revisión del libro de Adolfo Gilly, cuestionando que se trate de una “obra que cambió la orientación de los estudios sobre el siglo XX mexicano” (Humberto Musacchio, Diccionario enciclopédico de México, México, Andrés León Editor, 1989, p. 721), lo cual me parece un exceso. Y es que cuesta trabajo creer que un libro como el de Gilly, que es a la vez una historia y una interpretación marxista de la Revolución Mexicana, fuera capaz de lograr tal proeza académica. Publicado en el contexto de la Guerra Fría, en un mundo dividido y confrontado ideológicamente entre el capitalismo y el socialismo, cuando en América Latina imperaban las dictaduras militares y en México un régimen de partido de Estado que no permitía más verdad que la suya, La revolución interrumpida es un producto del pensamiento izquierdista de la época, que tanta fuerza tuvo en medios académicos y en grupos revolucionarios. Cabe señalar que el mismo año de 1971 fue publicado otro libro que se inscribe dentro de esa línea de pensamiento: Las venas abiertas de América Latina, del escritor uruguayo Eduardo Galeano.

Foto: Archivo/Antonio Espinoza.
No se puede hablar de La revolución interrumpida sin mencionar el intercambio epistolar entre Adolfo Gilly y Octavio Paz. Sucede que Gilly, desde la cárcel, le envió una carta a Paz, pidiéndole que leyera el libro y prometiéndole que los editores se lo mandarían. Paz respondió a Gilly, diciéndole que los editores nunca le mandaron el libro, pero que un amigo le prestó un ejemplar. Con el título de “Burocracias celestes y terrestres”, la carta de Paz donde analiza el libro de Gilly fue publicada en la revista Plural (febrero de 1972) y siete años después en El ogro filantrópico (México, Joaquín Mortiz, 1979, pp. 109-124). Ahí Paz escribe: “Su contribución a la historia de la Revolución Mexicana es notable. No lo es menos la que hace a la historia viva, quiero decir, a la historia que en México, en estos días, todos vivimos y hacemos (o, a veces, deshacemos). Usted ha dicho varias cosas nuevas, ha recordado otras que habíamos olvidado y ha iluminado algunas que nos parecían oscuras” (p. 109).
Dicho lo anterior, Paz establece sus convergencias y divergencias con Gilly. Acepta que para resolver la crisis por la que pasa México, debe volverse a la “tradición cardenista”, pero como un punto de partida y no como una meta. En su larga disertación sobre el cardenismo, Paz se centra en un momento en el fenómeno del Estado burocrático, citando a autores como Etienne Balazs, Milovan Djilas, Bruno Rizzi y el mismo León Trotsky (por su visión de la Unión Soviética como un “Estado obrero degenerado”), el héroe máximo de Gilly. Asimismo, cuestiona muchas de las afirmaciones del marxista argentino, calificándolas en conjunto como “fantasía ideológica”. El principal desacuerdo que expresa Paz en su carta a Gilly es la idea central que inspira el libro:”la visión de la historia como un discurso racional cuyo tema es la revolución mundial y cuyo protagonista es el proletariado internacional” (p. 124).
La revolución interrumpida, en efecto, es una visión fantástica e ideológica sobre el desarrollo histórico aplicada al movimiento armado que a principios del siglo XX transformó a nuestro país. Las anomalías inician desde el mismo subtítulo del libro: México, 1910-1920: una guerra campesina por la tierra y el poder, que no sólo reduce al mínimo lo que fue un movimiento más amplio y más complejo, sino que además contradice la tesis marxista del proletariado como la clase internacional y revolucionaria destinada a transformar el mundo. Basta leer La ideología alemana (1845) de Marx y Engels, para saber que los creadores del socialismo científico no creían en una revolución socialista de los campesinos. Pero Gilly cita otros textos de Marx y Engels, así como la Historia de la revolución rusa de Trotsky, para dar una maroma mental, construir una base teórica para su argumentación y aplicar las supuestas leyes del desarrollo histórico a México, cuyo resultado es una visión maniqueísta en la que Madero, Carranza y Obregón son tan “burgueses” como Porfirio Díaz, mientras que Villa y Zapata son héroes indiscutibles, figuras luminosas de la revolución latinoamericana y la revolución socialista mundial, al igual que el general Cárdenas con sus políticas populares, nacionalistas y antiimperialistas.
El sustento teórico del libro de Gilly se encuentran en el apéndice: “Tres concepciones de la revolución mexicana”. Frente a la concepción “burguesa, compartida por el socialismo oportunista y reformista” y la concepción “pequeñoburguesa y del socialismo centrista”, Gilly defiende la concepción “proletaria y marxista”, que afirma que la Revolución Mexicana es una revolución interrumpida por la burguesía y el imperialismo norteamericano en su curso hacia su conclusión socialista. Dice Gilly: “Es la aplicación de la teoría de la revolución permanente a todo el ciclo revolucionario de México desde 1910, como parte del ciclo mundial de la revolución proletaria abierto definitivamente con la victoria de la revolución rusa y el establecimiento del Estado obrero soviético” (p. 402). Eso pensaba el trotskista Adolfo Gilly hace cincuenta años, en su celda de Lecumberri. Ignoro lo que piense en la actualidad, cuando cuenta con 93 años de edad. El hecho es que su profecía sobre un México socialista no se cumplió. Fallaron, por ser inexistentes, las leyes del desarrollo histórico. Pero quien no se interesó por tales leyes, aún siendo un militante de izquierda, fue el historiador Arnaldo Córdova en su libro: La ideología de la Revolución Mexicana (México, Ediciones Era, 1973), publicado en la misma época. El libro de Córdova es también un producto del pensamiento marxista, pero no tiene la carga ideológica del libro de Gilly, y a la fecha sigue siendo un texto fundamental para entender al movimiento armado y sus consecuencias.