El presidente López Obrador insiste en que no se pueden esperar resultados contundentes en materia de seguridad, pese a que el gobierno federal ha puesto en marcha una estrategia muy clara y específica de militarización del país, ya no sólo en materia de seguridad, sino también en otros ámbitos.
No solo incumplió con su promesa de retirar el Ejército en las calles, sino que ha aumentado su presencia, mientras que insiste en que la Guardia Nacional sea un cuerpo militar.
Lo cierto es que este no es un problema fácil de resolver y no puede ser abordado de manera superficial, o puede resultar peor el remedio que la enfermedad.
El ejemplo claro lo vivió nuestro país con Felipe Calderón y su fallida guerra contra el narcotráfico y luego con Peña Nieto y el fiasco que dejó como herencia.
Lo peor de la política de seguridad del ex presidente Calderón fue que las víctimas de la guerra se contaban por decenas de miles, sin que hubiera resultados claros, al menos no positivos. Ahora nos pasa exactamente igual.
Los ciudadanos esperaban que algo bueno pasara con el gobierno de López Obrador, de preferencia rápidamente.
Que se notara la pacificación del país, que disminuyera la violencia de los carteles de narcotraficantes, que se enfrentara al menos algún cartel o alguna cosa que nos diera la posibilidad de encontrar buenas noticias entre tantas malas.
Al final, el presidente no ha terminado por afrontar la realidad, ya no es candidato desee hace medio sexenio, el peso ya no está en el discurso, sino en los hechos.
Hoy tenemos casos como el asalto a mano armada a más de 300 autos en un embotellamiento en la carretera a Querétaro y la denuncia de que a la gente de la Guardia Nacional la tienen durmiendo en el piso y alimentada con comida en mal estado. ¿Cómo vamos a empezar a ver resultados en esas condiciones?
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