Durante siglos la condición de mujer apenas elevó el listón de las consideraciones de los padres de la cultura occidental que estaba al mismo nivel que los esclavos y los animales. De antemano, su participación en la “cosa pública”, un rasgo por demás natural en la paidea griega propensa a formar ciudadanos antes que idiotas, estaba condenada a la discriminación. Un contrasentido inconcebible.
Curiosa etiqueta que ha prevalecido y prevalece en muchas regiones del mundo, una paradoja de la que propia mujer ha sido su promotora más que su protagonista pues, bien mirado, no puede aceptarse tal reducción de la dignidad cuando fue ella, la mujer, la primera que se atrevió a retirar letreros donde se impusieron prohibiciones, como según cuentan los textos religiosos que sucedió en el caso de Eva en el Paraíso.
Este episodio, con independencia de las creencias de cada cual, tal vez muchas mujeres lo entendieron a cabalidad: si una mujer pudo desafiar las prohibiciones divinas, ¿por qué no hacer otro tanto con las de su par, el hombre, abriéndose paso y sacudiendo modelos estereotipados de culturas patriarcales que tomaron a Eva para conformar una tradición fálica antes que de asunción de dignidad, de rebeldía frente a lo establecido?
Del pretendido mal humor de Jantipa, cónyuge de Sócrates, a las denuncias de misoginia clerical y de poder de la veneciana Cristina de Pizán en su famosa y medieval “Ciudad de las Damas”, la memoria recoge capitales muy memorables pero muy aislados de la recuperación de su dignidad por parte de la misma mujer, y eso incluye a la guillotinada Olympia de Gouges y Juana de Arco, hasta los pantalones de George Sand, nombre que adoptó Amandine Aurore Lucile Dupin, a quien los historiadores atribuyen haber roto en pedazos el muro de la intolerancia.
A pesar de ello y dicho sin sesgos feministas, si el mundo puede registrar la larga historia de un error, el de la agresión hacia la dignidad de la mujer tendría que figurar en primer lugar pues a partir de ahí se dio la mutilación del orden natural de las cosas; es decir, se desconoció al complemento vital en la conservación y formación de la especie y se le confinó sólo a espacios de procreación o, para decirlo de otra manera, a habitaciones de cuatro por cuatro, en el mejor de los casos.
No obstante, la misma Cristina de Pizán mostró, además de un gran talento literario y una visión moderna en tiempos más oscuros que los actuales, cómo se puede encabezar un hogar cuando ese complemento falta, sin dejar de lado su dignidad, dando los primeros pasos de la emancipación de la mujer en el campo intelectual, el profesional y en la vida privada. Ella es considerada la primera escritora profesional, esto es, que cobraba por lo que escribía.
Eso sucedió allá en los medievales años de 1364 y 1430, cuando De Pizán refirió que: “He entendido que para una mujer todo es posible; no hay actividad física o intelectual con la que no pueda enfrentarse”.
Adentrados en el Siglo XXI, cuando la ciencia, la medicina y la tecnología han avanzado de tal manera que hoy la vida misma alcanza años promedio de existencia que no hubieran soñado en otros tiempos, cuando los instrumentos de comunicación permiten sugerir altos grados de civilización, el caso es que en nuestro país apenas estamos pasando del 68 aniversario de la instauración del voto femenino y tenemos que remitirnos a fechas todavía más recientes para comenzar a referir la incursión de la mujer como cabeza de algún poder o representante de él, o de alguna fuerza política.
Fue justo donde la mujer compartía la misma dignidad que la de un esclavo o un caballo, en Atenas, cuando en 1992 se celebró la primera Cumbre Europea de “Mujeres en el poder”. Ministras y ex ministras elaboraron estrategias para promover la participación de las mujeres en las esferas de decisión, es decir, no se aceptó que 50 por ciento de la población quedara al margen de las esferas de toma de decisiones.
El mundo, y en particular la mujer, ha comenzado a corregir ese error histórico de la discriminación femenina en el ámbito público, situación que también se ha extendido al empresarial, académico, artístico, literario, económico, etc.
Parafraseando a Rosario Castellanos, esto ha sido posible sin falsos heroísmos ni simuladas abnegaciones, sino con la paciente y constante creación de conciencia para que haya un pleno reconocimiento de la mujer como un ser digno, merecedor de respeto.
Sin embargo, hay que reconocer que hay serios desequilibrios, si bien en el ámbito internacional y en el local ese muro discriminatorio se ha ido fisurando de manera importante, abriendo la ventana de que el que corre sea el Siglo de la Mujer, dicho esto en el sentido de la recuperación total de la dignidad y sus oportunidades de establecer nuevos equilibrios, con nuevas visiones sobre cómo aportar para un mundo mejor desde del ejercicio del poder público.
Esto sólo puede ser posible si la mujer asume por completo su dignidad y no espera sumisamente a que se la reconozcan ni la respeten. Hoy vemos que los partidos políticos tienen problemas para configurar una democracia interna paritaria, con la misma cantidad de hombres y mujeres participando en las contiendas y, en parte, ello se debe a esa visión patriarcal, pero también a la falta de decisión de la propia mujer para ocupar el espacio que le corresponde.
Este siglo presenta muchos problemas, grandes conflictos, pero también una gran oportunidad para hacer las cosas mediante una visión compartida, sin intolerancias ni discriminaciones.
Diana Mancilla Álvarez