Iba de repente un viejito por el camino de la vida. De pura casualidad, vio que enfrente de �l, estaba la entrada a un pante�n. Entonces, decidi� que ten�a que visitarlo.
Camin� pues por muchas tumbas. En todas, estaban marcadas fechas: cinco d�as, dec�a una; dos a�os, dec�a otra; tres meses, otra m�s. Tal fue su curiosidad que no pudo m�s y le pregunt� a qui�n cuidaba desde siempre el lugar: ��Por qu� tan poquito tiempo? �Qu� aqu� es el lugar de los beb�s y de los ni�os?�
�De ninguna manera, le contest�. Aqu� es un lugar com�n y corriente, lo que pasa, es que las fechas marcadas, son simplemente los d�as de felicidad que cada quien tuvo el talento de vivir��
Me encanta escribir de felicidad. Es algo de lo que muy pocas personas pueden estar orgullosas. Pienso que este t�rmino depende, de lo que cada quien piense que es este concepto.
Para unos, la felicidad es el dinero. Para otros, una familia unida. Para otros m�s, comer solo ese d�a. O en este momento de vida, tener salud y no estar contagiados con los virus terribles impronunciables. Pero el relato que les voy a decir, se trata de la tarea de buscar entre la inteligencia cient�fica y la emocional: -dos de las muchas- que existen.
Una es la que cuantifica y analiza cada instante de su vida, lo que va a hacer y lo hace. La otra, la que va por el camino y se dedica a hacer mientras piensa. O simplemente intuye lo que debe realizar en el momento que lo cree oportuno.
Como estos dos seres humanos que se encontraban en la selva. Uno de inteligencia cient�fica y el otro con inteligencia emocional. Cuando vieron venir al tigre que andaba rond�ndolos, uno se puso a hacer c�lculos matem�ticos de cu�nto tiempo tardar�a en llegar a �l. Mientras, el otro corr�a y corr�a, para que no lo alcanzara. Por supuesto que uno muri�: cient�ficamente.
Resulta evidente que, por un lado, la felicidad depende de las circunstancias y, de otro lado, de uno mismo. Hemos concluido que la receta para la felicidad es muy simple. Muchos juzgan que es imposible la felicidad sin una creencia religiosa en mayor o menor grado.
Muchos que son desdichados piensan que su desgracia tiene or�genes complicados y muy intelectuales. Yo no creo que sean ellos las causas de la felicidad ni de la desdicha; creo que s�lo son sus s�ntomas. El hombre desgraciado se inclina a abrazar un credo desgraciado y el hombre feliz un credo feliz. Cada uno achaca su felicidad o su desdicha a sus propias ideas, cuando acaece todo lo contrario.
En general puede afirmarse que el que percibe el cari�o es el que a su vez lo entrega. La abnegaci�n consciente recoge al hombre y le recuerda con vehemencia aquello que ha sacrificado. Ello tiene como consecuencia que fracasa numerosas ocasiones en su objeto inmediato y casi siempre en su fin �ltimo. El no necesita la abnegaci�n, sino la direcci�n exterior del inter�s, que desemboque con espontaneidad y con naturalidad en los mismos actos que una persona ensimismada en adquirir su propia virtud no podr�a efectuar sino mediante la abnegaci�n consciente.
El hombre feliz es el que no siente el fracaso de ninguna unidad, el que no bifurca su personalidad en contra suya ni se alza contra el mundo. El que se siente ciudadano del universo y goza en libertad del espect�culo que le brinda y de las alegr�as que le propone, sin temor a la muerte, ya que no se juzga separado de los que le suceden. En esta profunda e instintiva uni�n con la corriente de la vida se encuentra la verdadera felicidad.
Por supuesto que este texto es de un hombre extraordinario que ha quedado dentro del �nimo y la reflexi�n de la gente, como uno de los m�s importantes fil�sofos de su, y nuestros tiempos. Su nombre es Bertrand Rusell. Y despu�s de a�os, se lo agradezco.
GILDA MONTA�O
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