Antonio Espinoza
Ning�n personaje hist�rico ha provocado tanta pol�mica, tan prolongada y tan violenta, como Jes�s de Nazaret. No son pocos los autores que, a partir del siglo XVIII, sostuvieron que el Jes�s descrito en los Evangelios nunca existi�. De hecho, existe una teor�a seg�n la cual Jes�s no fue un personaje hist�rico y los textos evang�licos sobre su vida son, cuando menos en gran parte si no es que totalmente, de car�cter m�tico. El primer autor moderno que puso en duda la base hist�rica de los Evangelios fue el alem�n Hermann Samuel Reimarus (1727-1768), profesor de hebreo y de lenguas orientales en Hamburgo, cuya obra cr�tica se public� despu�s de su muerte. Al igual que Reimarus, otros autores rechazaron en su momento la idea de Jesucristo como el Hombre-Dios de la tradici�n ortodoxa. David Friedrich Strauss (1808-1874) y Ernest Ren�n (1823-1892), rechazaron tajantemente la divinidad del personaje a favor de un hombre terrenal, mientras que C. F. C. Volney (1757-1820) y C. F. Dupuis (1742-1809), sostuvieron la teor�a de Cristo como un mito solar.
Conforme fue avanzando el siglo XIX, los cuestionamientos sobre la figura hist�rica y divina de Jesucristo se fueron radicalizando. A principios del siglo XX, J. M. Robertson (1856-1933) public� su Christianity and Mythology y despu�s su Short History of Christianity, libros en los que rechaz� totalmente la historicidad del Jesucristo de los Evangelios, sosteniendo que el personaje bien pudo haber sido tan s�lo un agitador galileo. De los numerosos autores que el siglo pasado cuestionaron la figura de Jesucristo, destaca Emmanuel Evsing, especialista en literatura esot�rica y sagrada de la Antig�edad. Estudioso de los Manuscritos del Mar Muerto (descubiertos en las cuevas de Qumran en 1947), Evsing public� en 1979 su libro: La grande imposture. Du Ma�tre de Justice � J�sus ou l�histoire falsifi�e, traducido dos a�os despu�s al espa�ol como: La gran impostura. Jesucristo o la Historia falsificada (Barcelona, Ediciones Mart�nez Roca, 1981). El autor sostiene, bas�ndose en los Manuscritos del Mar Muerto, la tesis del origen esenio del cristianismo, debido a las ense�anzas del hoy olvidado Maestro de Justicia, y la falsificaci�n que hizo la Iglesia en el Concilio de Nicea (325 d. C.) al apropiarse de la personalidad del l�der esenio, revistiendo con ella a Jes�s, quien ser�a en realidad un zelote violento, crucificado por sedici�n e incitaci�n a la rebeli�n armada contra Roma.
Al mismo tiempo que otros autores, a principios del siglo XX, pon�an en duda el car�cter divino y hasta la existencia de Jesucristo, Charles Guignebert (1867-1939) sostuvo la existencia del personaje, lo ubic� en su contexto hist�rico y dentro de la vida religiosa de su comunidad. A lo largo de los a�os, el historiador franc�s fue construyendo su discurso en torno a la figura de Jesucristo, primero en Le probl�me de J�sus (1914), luego en Le Christianisme antique (1921), J�sus (1933), Le Monde juif vers les temps de J�sus (1935) y, finalmente, en Le Christ (1943), publicado despu�s de la muerte del autor. Guignebert concibi� a Jes�s como un profeta jud�o en la tradici�n de Israel, que fracas� en su misi�n libertaria porque �no le hablaba al pueblo con el lenguaje que �ste esperaba: predicaba el examen de conciencia, el amor al pr�jimo, la humildad de coraz�n, la confianza filial en Dios a gente que esperaba un llamado a las armas [contra Roma] y el anuncio del �ltimo combate antes de la victoria eterna� (Charles Guignebert, El cristianismo antiguo, M�xico, Fondo de Cultura Econ�mica, 1956, p. 48).
Despu�s de Guignebert, otros muchos autores han abordado el tema de Jes�s de Nazaret. Hoy en d�a son tantos los libros, los documentales y los programas televisivos sobre el Nazareno, que ya no se puede poner en duda su existencia hist�rica. El personaje m�s trascendental de la historia, que ha inspirado a numerosos autores (pintores, escritores, cineastas), termin� por imponer su presencia real. No obstante, persisten muchas dudas e incertidumbres sobre distintos aspectos de su vida, adem�s de que no son pocas las pol�micas que surgen con frecuencia alrededor de su figura. No hablemos de la disputa en torno a su car�cter divino, pues ya sabemos que esa es una cuesti�n de fe. M�s interesantes son las contradicciones evidentes en los cuatro Evangelios que nos cuentan su vida, as� como algunas cuestiones que a�n est�n lejos de tener respuestas convincentes, como la relaci�n que mantuvo con sus disc�pulos, el car�cter �rebelde� de su mensaje, o el papel que desempe�aron personajes tan importantes a su alrededor como Mar�a Magdalena y Judas Iscariote.
Es imposible establecer con certeza las fechas de nacimiento y muerte de Jes�s, pero distintos especialistas se inclinan a fechar la Natividad en el a�o 4 a. C. (es decir, cuatro a�os antes de la fecha tradicional) y la crucifixi�n hacia 29 d. C. Vivi� unos 33 a�os, en una �poca en la que el pueblo jud�o se encontraba sometido por Roma. Cuando contaba con 30 a�os dio comienzo a su vida p�blica. Por espacio de tres a�os, se consagr� a su misi�n. Su mensaje iba dirigido al pueblo, hablaba de amor a Dios, de justicia, de paz, tambi�n de paciencia, de resignaci�n, m�s no de rebeli�n. Al pueblo jud�o, sometido por el yugo romano, en espera de un llamado a las armas para liberarse de la opresi�n, aquel hombre propuso un mensaje de amor, salvaci�n y vida eterna. Luego de reunir a un grupo de fieles a su alrededor (a quienes la historia conoce como los Doce Ap�stoles) y de predicar la palabra de Dios, un golpe de fuerza interrumpi� brutalmente su carrera. Los sacerdotes de Jerusal�n vieron en el Nazareno a un peligroso y molesto agitador que pod�a incitar en el pueblo la rebeli�n. La predicaci�n del Nazareno turbaba la tranquilidad de los jerarcas del Templo, temerosos ante la posibilidad de uno de esos movimientos violentos que los invasores romanos reprim�an siempre a sangre y fuego.
La etapa final de la vida de Jes�s el Nazareno est� descrita en los Evangelios: la �ltima Cena, el juicio, la condena, la flagelaci�n, la corona de espinas, el V�a Crucis, la crucifixi�n entre dos ladrones, la agon�a final y la muerte. La vida terrenal de Jes�s concluy� en el Monte Calvario, pero su triunfo final sobre la muerte (el misterio de la resurrecci�n) fue el punto de partida de una nueva religi�n que se extendi� por todo el mundo gracias a la labor misionera de sus disc�pulos. Dos de sus disc�pulos m�s fieles fueron Mar�a Magdalena y Judas Iscariote. Revelaciones recientes apuntan a que estos dos personajes no fueron lo que la Iglesia nos ha hecho creer durante siglos: ella una prostituta redimida por Jes�s y �l un traidor que lo vendi� por 30 monedas de plata. La verdad es que la Magdalena fue amante o esposa del Nazareno (remito al lector a un libro fundamental: Lynn Picknett, Mar�a Magdalena. La diosa prohibida del cristianismo, M�xico, Oc�ano Expr�s, 2015), mientras que seg�n el Evangelio de Judas (uno de los evangelios gn�sticos), el supuesto traidor fue en realidad el disc�pulo m�s fiel de Jes�s y lo entreg� a los romanos en una acci�n concertada con el maestro para que liberara el alma de su cuerpo y cumpliera con su destino (v�ase Andrew Cockburn, �El Evangelio seg�n Judas�, en National Geographic, mayo de 2006, pp. 2-19).