MAQUIAVELO Y LA CONSTITUCION
Desde hace ya más de cinco siglos el fenómeno político más importante en la ciencia política mundial es el Estado, y el autor que inició el debate fue Nicolás Maquiavelo, quien en 1513 terminaba su obra magna “el Príncipe”.
Después de más de cinco siglos el análisis de la obra de Maquiavelo sigue siendo motivo de análisis y crítica desde todas las perspectivas
Una característica de lo que identificamos como clásico es que resiste el paso del tiempo y se mantiene como referente para generaciones sucesivas. Esto sucede con El Príncipe, en cuyas páginas aparece por primera vez la referencia al Estado en su sentido moderno. A partir de Maquiavelo el término Estado vendrá a sobreponerse a conceptos como reino, imperio y aún república, que eran las referencias en uso hasta ese momento. Después de Maquiavelo ya no importaría el calificativo que se le diera al poder institucionalizado; todo sería, en términos simples y sencillo Estado. Con ello, Maquiavelo facilitó la comprensión de un fenómeno característico de la Edad Moderna y con ello, el vocablo ya era compartido por quienes escribían en ls lenguas más habladas de occidente.
Maquiavelo no intentó acuñar como tal un concepto de Estado; más bien recogió una voz ya en uso en Italia, pues de lo contrario no la habría utilizado con tal amplitud en su correspondencia ni en obras literarias tan conocidas y reconocidas como La Mandrágora.
El Príncipe maquiavélico no ofreció una definición de Estado, pero en su lugar sí incluyó los elementos constitutivos de la política como herramienta forma de organización colectiva, a diferencia de las visiones anteriores que la veían como una expresión de la ética. Gracias a ello fue posible llegar al concepto contemporáneo de Estado como una importante y útil forma de integrar elementos hasta entonces dispersos como población, territorio y poder.
Al pasar del tiempo a este modelo fundamental se agregaron otros elementos asociados a diversas ideologías, estructuras normativas y económicas y a diversos objetivos que han dado adjetivos al Estado: democrático, totalitario, populista, social, corporativo, autocrático, intervencionista, mínimo, constitucional, de Derecho, de bienestar, y muchas variantes más.
Una categoría reciente y no pocas veces invocada corresponde a la de Estado fallido. Esta expresión, de cuño mediático, recibió un fuerte impulso cuando Noam Chomsky la utilizó en los primeros años del milenio. Ahora existen indicadores incluso para medir el grado de falibilidad de los Estados, pero no son otra cosa que una adaptación semántica de lo que desde el siglo XIX el economista Walter Bagehot, autor de un famoso libro sobre los partidos políticos, denominó gobernabilidad, y que desde hace ya varias décadas vienen midiendo diversas instituciones financieras y académicas del mundo.
México requiere hacer un esfuerzo para definir con claridad la naturaleza y características del Estado, que pasa por una severa crisis ante la realidad que sufre nuestro país en materia de inseguridad y violencia; además de otros factores estructurales, como el déficit democrático, la frontera entre retórica y realidad política y la inequidad social y la corrupción.
El Estado en su transcurso histórico ha pasado por infinidad de barreras para entre otras cosas llegar a ser parte de la vida comunitaria y eso ha afectado y afecta hoy más que nunca aspectos fundamentales como la libertad y la justicia. En la retórica abstracta y especializada el Estado se aborda como una entelequia lejana a la realidad alejada del día a día; pero la realidad exige ahondar en el análisis objetivo del poder, y hacerlo en todos los ámbitos sociales. Así sucedió, y esa fue una de las contribuciones centrales de la obra más famosa de Maquiavelo escrita hace cinco centurias y gracias al cual los aspirantes al poder han podido desde entonces construir herramientas para conquistarlo y preservarlo y los gobernados, cuentan con recursos constitucionales para controlarlo, aunque algunos países como el nuestro aún carecen de medios para lograrlo.
Comentarios a un texto de Diego Valadés
Por Jose Ramon Gonzalez