La argumentación, esa ciencia y arte de dar opiniones basadas en razonamientos y pruebas con el fin de resolver un problema o convencer de la validez de nuestra posición; es una herramienta muy poderosa y útil en muchos ámbitos de la vida y sobre todo en el Derecho.
A partir de 2008, nuestro sistema jurídico y constitucional se ha sometido a una importante evolución para superar el paleo-positivismo normativista donde simplemente se aplicaba a tabla rasa el texto de la ley aunque a veces eso conllevara una injusticia, al neo-constitucionalismo donde lo importante es la apreciación razonada del juzgador de los planteamientos de las partes para emitir su resolución en aras de hacer justicia, salvaguardando siempre los derechos fundamentales. Por eso la argumentación es la columna vertebral del nuevo sistema, dado que las partes y el juzgador tienen el deber de usarla para exponer sus planteamientos, peticiones y resolver en consecuencia.
Pero la contraparte del argumento es la falacia, una mentira disfrazada de verdad por gran cantidad de medios como los ya descritos pero también por la influencia que tiene el expositor hacia quien lo lee o lo escucha y ahí hay niveles, desde quien lo hace con gran talento, engañando con su carisma, su capacidad y su posición, como los simples mentirosos, cínicos y contumaces.
La argumentación jurídica se apoya en tres recursos básicos: las palabras (ya sea de manera oral o escrita), los números y las imágenes. Es en este sentido que se presenta un punto delicado en los hechos cuando se pretende aplicar en una materia tan sensible como la penal, pues dichos recursos se manipulan mediáticamente a favor claro está de quien las expone, ya sea para ocultar deficiencias, exaltar logros o convencer de posicionamientos y ahí es donde la verdad histórica, esto es lo que realmente pasó, la verdad jurídica, el marco jurídico aplicable al caso y la verdad mediática lo que el expositor y/o los medios quieren mostrar, no siempre coinciden.
Hace unos días el Ejecutivo federal en un nuevo e innecesario teatro de sombras, pretendió replicar las declaraciones de diversas áreas del ejecutivo y congresistas y medios de comunicación norteamericanos sobre la situación de violencia y muerte que se vive en nuestro país, argumentando –si así se le puede llamar- que “en Estados Unidos hay más muertos que en México”. Al respecto, un conocido periodista afirmó que esa aseveración del presidente es falsa y que no porque él lo diga mágicamente la mentira de sus “otros datos” se va a convertir en verdad. ¿En qué datos y pruebas podría alguien basarse para hacer tal afirmación de manera oficial?, oficial sí, puesto que esa declaración se hace en una conferencia de prensa desde la sede del ejecutivo, por su titular, por la cual cada mañana expresa en cadena nacional sus posiciones, instruye a funcionarios públicos de su gobierno e incluso toma decisiones.
Los datos fríos proporcionados por fuentes oficiales de ambos países son contundentes: Durante el año 2022 en Estados Unidos hubo 20,200 asesinatos, mientras que en México en el mismo período hubo 30,968, cifra que ya de entrada es 50% mayor a la primera. Pero además resulta que en estadística criminal, los delitos no se contabilizan en totales, sino por bloques de población, por ejemplo tantos delitos por cada mil, diez mil, cien mil habitantes, etc.
Tomando en consideración este requisito metodológico, tenemos que la población en el vecino país del norte, es de casi 332 millones de habitantes, cuando en México habitan casi 127 millones, o sea casi la tercera parte (38%); bajo esta perspectiva, resulta que en EUA hubo el año pasado 60.8 asesinatos por cada 10 mil habitantes mientras que en México la cifra es cuatro veces más alta, es decir 244.4, y eso sin hablar de desaparecidos, donde la diferencia comparativa es estratosférica.
¿Qué sentido tiene meterse en este tipo de disputas? De verdad, sus asesores no podrían ofrecerle mejores “argumentos” para exponer la realidad criminalística y criminológica nacional y bilateral? Como dijera el filósofo de Juarez, “pero ¿qué necesidad”?
Por José Ramón González Chávez